El infierno de los jemeres rojos
Testimonio de una superviviente
Denise Affonço
ISBN 978-84-92663-23-1
256 páginas
Octubre de 2010
Libros del Asteroide
La historia da muchísimas lecciones a lo largo de la misma que nunca deben ser olvidadas, de las que deben tomarse apuntes y que crean o debieran crear interés, ya sea un acontecimiento que dure eones, como un simple acontecimiento que dure menos que un bostezo, actos en apariencia tan simples como fue la negativa de Rosa Parks a ceder el asiento reservado para blancos a un hombre blanco en el autobús. La masacre, el caos (en el peor de los sentidos del término) y la locura desatada por los Jemeres Rojos en los cuatro años que duró la llamada Kampuchea Democrática es una de esas piezas de la historia que no pueden pasar por alto, donde se estima que murieron cerca de dos millones de personas de los aproximadamente siete millones de habitantes que tenía Camboya en 1975 (¡en sólo cuatro años!), desapareciendo cualquier clase social que no fuese agrícola o pesquera. De todos modos, probablemente esta pesadilla no hubiese sido posible o no hubiese existido de no ser por otro suceso muy cercano: la guerra de Vietnam. Y eso mismo lo recuerda la propia Denise Affonço, quien logró sobrevivir a aquellos cuatro años de infierno.
Cuando se inicia la guerra de Vietnam el rey camboyano Norodom Sihanouk ve con buenos ojos a los guerrilleros de Vietnam del Norte, el Vietcong, o visto de otro modo, se niega a colaborar con el ejército norteamericano. Por supuesto, a los Estados Unidos este hecho no les gusta y animan a los poderes contrarios al rey a hacerle frente. Como ya hicieron en aquellos años en otros muchos países (con mencionar Chile me es más que suficiente), durante una visita al extranjero del rey, alientan un golpe de estado dirigido por el general Lon Nol, creando una República dictatorial dirigida por él mismo. Torna el rumbo político y, por supuesto, el general se pone de parte de EEUU y se enfrenta al Vietcong, golpeando contra los supuestos santuarios de la guerrilla en territorio camboyano, poblaciones y habitantes principalmente de la etnia jemer. Tras llevar a cabo durante años pogromos contra ellos y contra los vietnamitas residentes en Camboya, y dirigir una sociedad donde las ciudades están sumidad en la corrupción y la decadencia, acabará logrando que la población se vaya posicionando a favor de un grupo guerrillero, que no es otros que los Jemeres Rojos. Logran una gran repercusión a medida que van cosechando fáciles victorias contra el ejército republicano en tan corto espacio de tiempo, que el 17 de abril de 1975 llegan victoriosos a la capital Phnom Pehn.
Desde ese mismo momento llevan a cabo su proyecto absolutamente extremo, estableciendo unas medidas absolutamente estrictas inspiradas en el comunismo chino. Vacían todas las capitales, pese a presentar su propia moneda, esta se puede considerar abolida, pues no hay ninguna clase de negocio, no se ve por ninguna parte, y no existe ningún “oficio” que no sea el de agricultor o pescador. Para poder lograr esta clase de medidas impulsaron un auténtico régimen esclavista y de terror entre los camboyanos, condenándolos a la desaparición, pues si no mueren de inanición o enfermos, en cacerías de “corruptos” son asesinados indiscriminadamente o bien en las selvas donde están recluidos, o en los centros de tortura existentes como Tuol Sleng.
Denise Affonço es camboyana de nacimiento, de padre francés y madre vietnamita (“producto colonial”, como ella mima dice), de donde procede su nacionalidad francesa. Cuando los jemeres rojos toman Phnom Pehn ella se encuentra trabajando en la embajada francesa y vive con su familia, su pareja Seng, comunista chino de cabo a rabo, y sus hijos Jeannie y Jean-Jacques.
Al introducirnos en el infierno dice claramente que esto no pudo ser posible sin un Lon Nol, pues si bien ella no veía lo que padecían los aldeanos jemeres (aunque sí revela como se llevaban a sus vecinos vietnamitas), no hace más que reprochar la decadencia de la capital. Es así como cuenta que cuando los yautheas, guerrilleros jemeres, entran en la ciudad, la gente celebra el hecho y los invita a beber y comer.
Pero al día siguiente comienza el éxodo de la capital. Los yautheas dan orden de evacuar la ciudad alegando inseguridad, pero que no se preocupen, pues se encargaran de velar por las posesiones y hogares de la población. La familia de Denise parte en la huída con el auto de Seng acompañados por su hermana Li y los hijos de ésta, Hoa, Ha, Leng y Phan. Después averiguarían que aquellos que se negaron a abandonar sus casas fueron indiscriminadamente ejecutados por los jemeres rojos.
La familia es desplazada al sur y a medida que van pasando controles van siendo desposeídos de sus pertenencias (e incluso de los documentos de identidad, incluyendo el pasaporte francés de Denise). Llegaran a una zona sureña, ya sin el coche, en la isla Koh Tukveal situada en uno de los ríos más importantes del país e inmediatamente serán obligados al cultivo a destajo en colectividades férreas de arroz y maíz. Van perdiendo kilos en un santiamén, pues los urbanitas, “esos corrompidos por el sistema capitalista”, son recompensados con una exigua comida basada en platos de arroz, cuando no un palto sopa de arroz al día, mientras que la población local sí que recibía algo más (los líderes jemeres y los yautheas comían mejor, por supuesto). Y de eso sólo disponían quienes trabajaban, pues las “bocas inútiles”, es decir, enfermos y niños menores de diez años recibían la mitad de ración. Sobre el papel (por decirlo de algún modo) tenían derecho a cosechar su propia comida, pero la realidad es que los alimentos fueron desapareciendo a medida que el hambre se hacía más voraz (Denise nos cuenta cómo en la poblados en los que estuvo llegó el momento en que dejaron de escucharse grillos y dejaron de verse ratas).
Al llegar la primera asamblea en las que les comunican su condición de presos, les cuentan que Angkar (el Partido) busca lo mejor para ellos y que los cuidará. Los hijos mayores serán apartados de sus familias, en aras de ser reeducados para el nuevo sistema, dejando a los pequeños con sus padres. Y al tiempo les piden que sean sinceros y cuenten cual era su vida antes de los jemeres. Es curiosa la relación con Angkar, pues a lo largo de la novela vemos que más que un partido, o un sistema revolucionario, dictatorial, o del corte que sea, se trate de una peligrosa secta religiosa destructiva, pues siempre estamos Angkar para arriba, Angkar para abajo, Angkar os desea la felicidad, Angkar traerá el paraíso libre de corrupción… Como digo, me recuerda bastante al comportamiento de basura como el Templo del Pueblo.
El comunista de manual Seng obedece ciegamente las directrices de los yautheas, pues realmente cree que todo es por el bien de la población. No tardará en meter en verdaderos problemas a gente, pues no hace más que hablar a voces y descubre inocentemente a antiguos funcionarios, militares o médicos, que serán enviados inmediatamente a “centros de reeducación” (vamos, que son asesinados). No tardará mucho en padecer Seng la misma suerte, pues en Julio de 1975 es enviado a reeducación y no se vuelve a saber más de él.
Denise se queda sola con su cuñada Li y los hijos menores de ambas, Jeannie y Ha, pues el resto son enviados a campos de formación de Angkar (no mejores que el destino de sus padres). El tiempo transcurrirá lentamente en esos cuatro años, serán trasladadas a distintas aldeas, y poco a poco, Denise verá cómo toda su familia corre la misma suerte que el resto de camboyanos. Cuando el ejército vietnamita invade Camboya liberando a la población de la pesadilla, Denise pesará treinta kilos y su hijo Jean-Jacques será el único miembro vivo que le queda, pues el resto ha muerto de hambre o enfermo.
Es realmente estremecedor su testimonio, en la tarde que me leí el libro se me quedó la mandíbula desencajada del terror y del asco. Es muy duro cómo nos cuenta cuando hay una persona moribunda aparecen los yautheas ofreciendo bolas de arroz y salvado que producen una dolorosa diarrea que acelera la muerte de la víctima. O como, por ahorrar, balas, asesinaban a hombres, mujeres y niños a base de hachazos en la cabeza. Y cómo usaban sus cenizas para hacer abono. O como obligaban a las mujeres a edificar diques, que serán bautizados como “dique de las viudas”, forma en la que les notifican las muertes de sus maridos desaparecidos.
Es un libro aterrador, que se ha convertido en uno de los escasos documentos que existen de esos brutales cuatro años. Absolutamente recomendable y de gran valor, especialmente para quienes tontean con esas cosas.